Ni yo tan monógamo
ni tú tan cis
ni quererse cuesta tanto como dijeron
ni la muerte mereció tan poco la pena como ahora mismo
en que te miro y que me entrego.
Con una mano recorro todo el contorno de tu cuerpo.
Descubro cada textura. Muy despacio.
En la otra, escondido en el bolsillo un puño apretado.
Y dentro de ese puño, todo el deseo incontenible
temblando
por el siguiente paso
y sin querer cambiar por nada del mundo este momento.
La necesidad insoportable de besar cualquiera de sus labios
me dice al oído:
cede y
deja
que estalle la tormenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario