Número Cuatro.

Meses elaborando la aparente sencilla idea de empezar con un blog. Uno en-serio, uno sincero, uno constante, uno, de esos. Dejarse del todo al postmodernismo y publicar.
No sé muy bien qué es lo que me hace que me pase meses con esa idea rondando. Tampoco sé qué es lo que me introduce esa pereza para nunca hacerlo. La pereza es el nombre que el capitalismo puso a la tristeza, dijeron. Y aquí estoy, con mi fiel compañera la pereza, prometiéndome que esta vez sí que me pongo sumisa ante mis dominantes deberías y que esta vez sí que sí que me hago caso y que escribo y que me descargo. Que sí.

Es excitante, es como la idea de ponerme con un diario, pero a lo exhibicionista. Mírame por aquí dentro, mírame, invitar a que te miren los rotos y los feos, la no-normatividad hecha confesión y palabra. ¿Quién? Nadie, la nada, eso es lo apabullante, estás invitando a lo abstracto a que te mire. Ay la cibertecnología, cuántos disgustos ya nos has dado. Debería haber ese hado madrina que en ese momento clave le apagase el ruter al vecino al que le pinchas. Que te apaga el ruter y pa la cama, y mañana será otro día.

Le he llamado basurerx porque quiero que sea eso, pura basura. Que se lleve la mierda, que me reparta un poco el peso, de dentro hacia afuera.

Hoy por hoy jugando a que no estoy, jugando a que me he ido, desaparición de la ciudad y encerrada en mi propia intriga de adónde se dirige esta persona que a veces reconozco y a veces no, la que a veces me besa, me sonríe y me resguarda y que a veces me pega una paliza. Todo meticulosamente bien dispuesto para que olvides que esa persona eres siempre tú, tú, tú, tú.

Con las nostalgias, las piedras, también con mis apuestas y firmezas puestas en las oportunidades que si las miras de frente a veces llegan. Y con mis páginas que intentan cerrarse. No aprendí el arte de cerrar, es siempre esa música que de vez en cuando vuelve a sonar y donde unx no se desenvuelve. Vamos, ni a Hostias.



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