De testoestrerona.
Estoy estrenando voz
a mis veintinueve años
y no encontraría en esta vida muchas mejores excusas
mejores noticias, acontecimientos u oportunidades
para dejarme disfrutar del placer del decir.
Podría asumir que mi decir ha cambiado su cómo
para decidir cambiar mi cómo del decir.
¿Y si la gravedad del timbre
fuera capaz de desagravar el relato?
Poder decidir qué ser en lo dicho
eco, rumia o sentencia.
Quizás las tres al mismo tiempo.
Decir desde otro lado, decir desde este otro sitio del mí,
tan poco explorado.
Decir sosteniendo.
Sin apartar la mirada o
dar hastiosas largas con palabras camufladas
que tanto aprendí.
Decir sin más rodeos, paños ni apaños
calientes.
Alimentar el placer de mi propia lengua.
Para nombrar lo que existe, lo que vive, lo que está y es
aunque hoy no entienda
aunque hoy nos cueste
reconocer.
Desde esta nueva voz de mis veintinueve vueltas al sol
y otros tantos intentos vitales
con la que hoy no cojo el teléfono a mi madre
por vergüenza
o por miedo a que, confusa la señora, me pida que me pase la llamada
yo a mí.
Hoy podría revestir de orgullo
mis cuerdas vocales
y podría celebrarla, y contarte
lo que yo ya sé pero no sé si tú sabes.
Contarte todo lo que a día de hoy nace
desde este cuerpo
el complicado de dentro-afuera y de fuera-adentro
y no sé si precisamente a causa
de habitar desde esta nueva voz
el espacio y el tiempo
que me incumbe y acontece
don de la oportunidad
don de la palabra
don-de anunciar de nuevo
y como nunca antes
señoras
señores
hé aquí
mi VOZ.
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