Castora.



Castora Hernández, 1950. Mi abuela. Con esa foto tan de los 50, pintada por encima. Tan guapa.

Murió la noche del 23 de junio del 2016, yo estoy lejos y no sabía si se moría o no, aunque algo muy fuerte me recorría el cuerpo y ahí sabía que sí, que se estaba muriendo. Le escribí un homenaje, de esos pequeños homenajes que les escribimos algunxs nietxs a las eternas no-homenajeadas en la historia, a nuestras abuelas.

"Mi abuela no jugó ni fue a la escuela, tenía que dejar antes bien limpios los zapatos de sus 10 hermanos y ya no le daba tiempo. Ellos acabaron ingenieros. Le gustaban los boleros y las coplas en la radio, ver la misa retransmitida de los domingos, ir a los toros en fiestas mayores y quedar para jugar a la brisca con sus amigas; y le daba miedo los ruidos, la noche, los rojos y las gitanas. Daba unos abrazos y unos besos impresionantes, te retumbaba la cara según entrabas por su puerta. Su padre le pegaba una paliza cuando llegaba tarde a la mesa. Siempre me veía más alta que la semana pasada, para ella yo siempre estaba dando el estirón, una vez me lo dijo con 23 años. Gritaba mucho por las noches atada a la cama, atiborrada a pastillas. Hacía filetes empanaos con ajito y sopas de arroz y palitos de cangrejo cuando yo iba a verla. Decía que yo era un tesoro, que más lista que el hambre, más maja que las pesetas, más buena que el pan. Nadie le llamó para decirle que la madre a la que cuidó hasta el final había muerto. Nadie le dio las gracias por haber sido una esclava. Ella quería que yo fuera feliz, y que nunca jamás tuviera hijxs (en ello ando abuela). Me quería mucho, mucho, en su forma de querer, y yo a ella en la mía. Escribo porque ahora mismo no sé si ya se ha muerto, y lloro y me duele el pecho. Y yo quisiera cantar juntas su temazo preferido. Y la echo tanto de menos."


Hoy me pongo otra vez su temazo favorito.



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