A ti, que te escribo
y me imagino que ya te has dado cuenta
de lo que significa y de las consecuencias
de que vivamos
cada día a día
en un mundo que nos niega.
A ti, que te escribo
por cuántos de los dolores
que a solas
en tu mundo
aparente
te atraviesan
son fruto de este primer dolor,
del cotidiano, latente, estructural
que llevamos a cuestas.
Un buen día, hice por mi propia vida
una gran apuesta
y es desde entonces que nos defiendo. De lo que haga falta.
Y que abandero, con orgullo:
Que no seré yo quien permita
que sea la violencia
la que nos defina.
Yo no sé si tú te acuerdas:
estuvimos a salvo.
Bailamos y reímos
nos abrazamos y jugamos
y éramos dos niñxs
cachos de carne, de ternura, de pieles, de risas, de deseo, de manos.
Y estábamos a salvo.
Y ese es el lugar adonde llegar
y es allí donde quiero que volvamos a encontrarnos
porque lo que pasó luego, y luego, y luego,
y más tarde, y puede que incluso ayer
eso
fue
violencia
y no fue justo, ni lindo, ni digno, ni mucho menos necesario.
Y me niego y te niego
que la violencia
que lo que soportamos, que todo aquello
que toda esa mierda
sea lo que nos una a ti y a mí en el viaje
y reniego y no acepto
que cuando nos miremos a los ojos
lo que busquemos, lo que encontremos,
lo que veamos
sea
eso.
Tú y yo estuvimos a salvo
y, ¿sabes? lo estaremos
y mientras no olvidemos la grandeza
de tocarnos
de mirarnos a los ojos
y que mientras nos reconozcamos
al hacerlo
jamás dejaremos de ser esxs dos niñxs
que saben amar, y aún más, que saben ser amadxs
así como son ellxs
y que puedan continuar
tranquilxs
su lindo y tan escandalosamente libre
inocente juego.
Por los encuentros disidentes
de placer, de calidad, de calidez, de amor, y de deseo.
(Y ahora es cuando,
te tiendo mi mano y te digo...
¿Te vienes? ¿Jugamos?)
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