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A las dos mujeres con cáncer de mi vida. A los dos cánceres que me atravesaron.

Hoy bajaba con suavidad de tus piernas a tus pies. Con respeto y entrega. Y me di cuenta. De que estás viva. Me he dado cuenta de que no te has muerto. Y con ello el puente, de que también mi madre no se ha muerto.

Si estuvieras muerta este día no habría sucedido. Es lo primero que pienso, la primera certeza. Si hubieras muerto, hoy no podría estar tocándote en esta intimidad tan fuerte y necesaria. Si al final estuvieras muerta no podría quererte en paz y sin que me dolieras.
Pero estás viva. Te toco y te quiero.


Subí hacia tu cuello. Sentí mucha alegría y rompí a llorar. Noté que la coraza de frialdad frente a la muerte se agrietaba. Lloré las dos lágrimas justas y contadas: una a mi madre, y otra a ti, aquí y ahora las dos mujeres con cáncer de mi vida.
Me noto tan duro. Tan frío. He tenido que frivolizar tanto para sentir que lo podía controlar. Tengo un animalillo tan frágil y asustado dentro que no quiero que nadie me lo pueda ver ni notar. Nisiquiera yo suelo poder hacerlo. He llegado a creer y a vivir como si yo no me pudiera morir. Frente a la muerte me defendí como inmortal.

Cuánta rabia, cuánto susto y pérdida del control desde lo racional que se me mueven dentro.

Gracias por recordarme con vuestra enfermedad que la muerte existe todo el rato. Que no se va. Que yo voy a morir, que todxs vamos a hacerlo. Que las cosas van muriendo en un tránsito constante. Que mi coraza y mi frivolidad no me van a salvar.

Me dais ganas y luz de poder vivir desde otro lado. Se me cae la máscara. Me dais permiso de desear en esta vida que me quieran por ser quien soy yo y no el personaje que me he/han inventado.

Gracias por ser una tarde de agosto del 2018 y que sigais vivas. Gracias.

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