Con una mano recorro todo el contorno de su cuerpo.
Descubro cada textura. Muy despacio.
Y en la otra, escondido, un puño apretado
y dentro de ese puño, todo el deseo incontenible
temblando y palpitando
por el siguiente paso
sin querer cambiar por nada del mundo este momento.
La necesidad insoportable de besar cualquiera de sus labios
me dice:
cede y
deja
que estalle la tormenta.
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