Tirso.




Te acompaño en tu muerte y me enseñas de mi vida.


Nos quisimos tanto. Tu masculinidad fue tan tierna y bella. (¿Sabes que nunca te vi enfadado?) 
Fue un regalo tenerte.


Tus burros, tus quesos y tus mulas, tus campos, tu boina, santiguarse al salir de casa, hacerme cosquillas en los pies y zumos de naranja, trabajar duro por ser quien tú eras. Los paseos y las plazas.


El dolor de que te vayas es tan hermoso como tus pedazo ojos azules.


Abuelito, mis raíces y tu semilla se quedan bien a salvo. En este mundo extraño.

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