Verás. Quiero conocerla. Y no sé cómo hacerlo. Sin forzar las maneras. Porque, verás. En esta ciudad no suele suceder. Eso del querer. Eso de conocerla. Y, vaya. Porque, verás. Al final sólo quiero conocerla por sus palabras. Nisiquiera tengo resuelto si me gusta o no me gusta. Así, sin conocerla. Deduzco que sí porque leerla me hace ver en otros colores. Las cosas. Y eso es mucho. En este cuerpo. En esta ciudad. A estas alturas. Yo no sé ni si me importa el grado de neurosis que implica el que quiera conocerla con todo lo que eso implica este conocerla sólo pudiendo ofrecer esta inocencia adolescente esta ida de vuelta estos nervios avivados imaginación desbocada sorpresas escuetas taquicardias varias y romanticismo literario caducado del que ya no se lleva.

Pero hoy la leo, y verás, quiero tanto conocerla.


Nacimos reales.






Como niñas hetero
nadie nos dijo nunca 
que aquel famoso Origen del Mundo
estaba al alcance
de nuestra mano

y no sólo eso
-no sólo eso-
sino que se amplía
que se expande
cuando descubres que puedes meterte
muy muy dentro 
tan dentro

mientras que la sangre 
todo lo inunda
todo
y un amor
uno del que nunca nos hablaron
todo lo envuelve
todo

a nosotras
como niñas hetero
nunca nos contaron
que se podría traspasar ese cuadro
que decoraba las paredes de aquellos hombres
tan ilustrados

traspasarlo en secreto
y a voces
para amarnos entre nosotras
 como nunca antes
y luego fotografiar
el milagro.

Amor, nosotras nacimos reales.