Casa.

C. me mira a los ojos y me dice que soy casa. Eres casa, me dice.

Un huracán me agarra por aquí dentro. Casa. Yo, casa. Yo, la casa de otra. Casa, yo, sin-casa, yo soy casa, casa de otra(s), yo, aquella casa. Cuerpo-casa. Ser casa, sin ella.

Hoy, hace un año de aquel momento en que dejé de tener casa física. De sentir tenerla. Trescientos sesenta y cinco días vagabundx. Trescientos sesenta y cinco días sin un techo y unas paredes en que viera escrito mi nombre, en que viera proyectado mi reflejo. Sin un techo y unas paredes el mundo y la vida te suceden como algo agitado, confuso, peligroso, extraño, ajeno.

Soy casa, me mira a los ojos y me dice. Mis amoras son casas, yo pienso. Tengo una casa en cada mirada como la que me están regalando en este preciso momento.

Así que con todo, y a raíz de todo esto, he decidido frente al mundo y para mis adentros, que ya no quiero más ser valiente. Que me he cansado de ser valiente. Me agota, me duele, me mata. Se acabó tanta primera línea y tanta armadura. Se acabó, tanta valentía y tanta ostia.

Cadáveres emocionales.

Puertas, abandonos.

Hay que hacerse consciente de qué tipo de puerta agarras y de cómo la estás cerrando. Hay que hacerse consciente de cuando cierras una puerta y el material en que ésta fue fabricada. Hay que hacerse consciente de que si la dejas de ese aparente modo en que un soplo de aire-tiempo puede que venga y la cierre, evidentemente -y esto tú ya lo sabes- el soplo vendrá y la cerrará, eso sí, lo hará sin que te sientas la verdadera y única responsable, porque tú ya te sabes muchas estrategias pseudoracionales desviadoras y convincentes y podrás hablar y escribir hasta la saciedad sobre el aire y el tiempo. Pero todo eso da igual -y esto tú ya lo sabes- porque eres la verdadera y única responsable.

Hay que hacerse consciente antes del momento irremediable, de que cuando una puerta, una puerta pesada, es cerrada, ni Dios ni los perdona podrán abrirla de nuevo.