“En una sociedad donde el éxito se define en término de acumulación de capital y domesticidad reproductiva, las personas queer están relegadas en ambos ámbitos al espacio del fracaso, y de alguna forma, hacen del fracaso un proyecto digno. En otras palabras, en la medida en la que las personas queer quieran trastocar las normas sociales tienen que comprometerse con el fracaso, y como diría Samuel Beckett “fracasar mejor”.”
Judith/Jack Halberstam
"Me dijeron:
— O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas."
Gloria Fuertes, Mujer de verso en pecho
Las personas lgtbiqa+, quien más, quien menos -salvando excepciones en instituciones educativas amables o en entornos abiertos, acogedores a “lo diferente” y amorosos, así, en plan a lo incondicional- han y hemos pasado fases vitales lidiando con el peso, tanto en lo externo (lo interrelacional, aquello que se muestra, lo que hacemos) como en lo interno (lo intrapsíquico, el espacio subjetivo, ese mundo en que cada cual vive y se cuenta sus cosas a su manera) basado en un eje central y obvio: no cumplimos la norma.
Esto que acoto en “existe la norma” y “si no la cumples, lo sabes, lo notas y te pasan cosas, por fuera y por dentro” es algo simple, llano, obvio y sencillo de entender.
Todo lo que leerás, a continuación, parte de esto, y trata del bullying, los institutos, los feminismos, y el ser trans*. El título no engaña. Así que, vamos allá.
Vivir en este mundo, no cumplir la norma, y que a tu pepito grillo le conste que no lo haces, es algo que determina, construye y vertebra tu ser. Lo cual te lleva a desarrollar diferentes actitudes, aptitudes, fortalezas, heridas nucleares, miedos, deseos y maneras.
Te pasarán muchísimas experiencias más, nunca podríamos ni -creo- deberíamos decir cuál es la definitiva ni más determinante de ellas. Lo que sí que creo es que la marca de no ser lo que deberías ni lo que se esperaba, es una marca que no se quita ni con una pretendida vida normalizada, ni con un añito de terapia, ni con un así como quien no quiere la cosa.
Hablo desde lo que conozco, y aunque nunca es siempre ni el absoluto de los casos, mi propia vivencia y mi profesión como psicoterapeuta me dan lugar y pistas para poder desarrollar determinadas ideas, aún sabiendo que al hacerlo puedan sonar a verdades rígidas. Así que, quiero aclarar antes que nada: si no estás de acuerdo, o si a ti o a tu vecinx esto no te ha pasado, sino que te ha pasado nosequéotracosa, BIEN. Es lícito, y lo respeto. Sólo generalizo porque sino es muy difícil poder escribir e ir al grano.
¿Por qué empiezo por aquí? Porque empiezo por el principio. Es decir, por donde comienzan muchos asuntos a los que quiero poner la atención a lo largo de estas líneas. Estos aspectos los podemos agrupar y titular como “etapas no superadas”, “asuntos inconclusos”, “necesidades pendientes por ser atendidas” o “un mal trauma lo tiene cualquiera”, según el día, con qué humor te lo tomes y cuánto lo tengas ubicado.
Entre las siglas lgtbiqa+, hay notables diferencias. Es como decir, estamos en la misma, hemos pillado igual, y también no. Tanto en el lugar que ocupan en esta palabra compuesta por las iniciales de todas ellas, tanto por la vivencia, tanto por lo que implican en tu psique y en tu cuerpo, tanto por cómo las instituciones, los massmedia y los rumores sociales las han ido manejando.
A todo lo anterior, por supuesto, le afecta tu clase, barrio, lugar de procedencia, racialización, etnia, físico hegemónico y momento histórico en que te haya pillado. Los ejes de la norma no son únicos sino que van interrelacionados.
A sabiendas de ello, voy a seguir centrado en el eje sexo-género, de nuevo, para evitar dispersarme y poder decir algo concreto.
En esa época convulsa, ese momento del desarrollo que va entre el colegio y el instituto, en estos años de romper y poner a prueba límites - ¿Cuál es mi relación con la autoridad? ¿Quién es ese “yo”? ¿Dónde empiezo y dónde termina para encontrarse con un “tú”?- , de búsqueda y necesidad visceral de pertenecer - ¿Quiénes somos lxs “nosotrxs”? ¿Qué es y cómo se constituye un “nosotrxs”? - es en estos precisos momentos en donde encajar o no encajar, diríamos, aquí, lo es todo.
El baile de fin de curso. Los grupillos en el patio. Quién se sienta delante y quién se sienta detrás (o ni se sienta) en las clases. A quién le esperan a la salida y para qué le esperan, a quién no le espera nadie.
Es en este periodo vital humano -y blanco occidental, y siglo XXI- en que el fenómeno bullying tiene su escenario, su caldo de cultivo y su mayor trascendencia.
Yo entiendo el bullying como una dinámica concreta planteada de relación entre tú y el mundo que te rodea, en la cual tu poder, tu valía, tu importancia y tu reafirmación como persona, dependen y se determinan fervientemente con el deterioro, y en última instancia el aplastamiento, de estas cualidades humanas en la otra/o/e.
Por si no lo teníamos claro, lo explicito. Hablo de cualidades humanas. Todxs necesitamos, en cuanto a animal social, y, por salud psíquica y emocional, sentir y obtener nuestro poder, nuestra valía, nuestra importancia, y reafirmarnos como personas que pertenecen a algo y cuya existencia repercute en su entorno más cercano. Es decir: necesitamos sentir que quienes somos y lo que hacemos, le importa a alguien allí fuera. Y, no sé si necesario, pero sí es realmente reconfortante y gustoso, y mejora considerablemente el sentido de la vida, sentirte parte de algo más allá de ti mismx.
Lo que nos concierne aquí, no es cuestionar este deseo humano. Lo que propongo que nos ocupe son los medios en que decidimos conseguir satisfacerlo.
El poder es una parte intrínseca a nuestra experiencia humana. El juego de y el abuso, eso, son opcionales.
Mediante una práctica buller, yo consigo mi poder, mi reafirmación y mi valía en base a atacar, cuestionar, disminuir y, en último término, aplastar la tuya.
Y esto tiene que ver con la interiorización del patriarcado, tanto, como cualquier otra práctica abusiva de las que tanto señalamos.
Gran parte de las mujeres cis y mucha más gran parte de las personas lgtbiqa+ tenemos, de por sí, y en término estructural, poco, bastante poco poder. En esto de la repartición de la tarta, digamos, estamos jodidxs.
La pérdida o ausencia de ese “poder estructural” en tu vida es algo que se nota, y que pasa factura. Enfada, duele, genera carencia, envidia, tristeza, depresión, desvalorización y puede tener consecuencias severas en la autopercepción de ti mismx y de tus vínculos, así como distorsión de lo que sucede en tu entorno.
La vivencia de no haber cumplido la norma, la vergüenza nuclear, la culpa sistemática, y el castigo social que conlleva, ya la describí al comenzar. Es grave, si no lo he dejado claro: no hablo de ninguna tontería. A veces incluso lleva, y esto hasta los titulares más mainstream lo saben, al suicidio.
Quién fue: quienes hicieron de su existencia un infierno, “le suicidaron”, o fue esa personita desesperada ante una falta de apoyo y de herramientas para pedir y recibir ayuda, para resistir a la violencia. No creo que se pueda separar. Fue todo. Fue violencia, y fue un acto de decisión desde el ojo del huracán de esa violencia. Esto se llama frontera organismo-entorno. Fue el TODO.
Porque ahí están. Hay personas que aprenden a buscar su espacio y a reafirmar su poder atacando y aplastando a la de al lado. Hay personas que tienen tan interiorizado la relación desde la competición, que no conciben compartir la existencia junto a otrxs de otras maneras.
El feminismo teórico, el que más nos excita defender, cuestiona todo esto. El feminismo de kafeta, bar, calle, comunicado, asamblea, y post en twitter, el feminismo nuestro de cada día, ése, creo ya no tanto.
En cada historia de instituto, cada organización piramidal de quién mola y quién no, quién queda reina de la fiesta y quién se queda en su casa, hay un sector que tiene que apechugar. Tiene que quedar en lo más bajo. Y desde ahí, le damos la posibilidad de hacer dos movimientos: inspirar rechazo, sospecha, asco u odio; o dar pena, pero de esa en que nos gusta que además se nos dé lecciones. Lecciones de superación, de amor propio, de resiliencia, de la lucha contra el sistema que le oprime, de ese morbo de Telecinco de ver que esa persona lo ha pasado como la mierda pero que, joder, que ahí está, remando, hostia.
A este punto quería llegar. Para unos cuantos feminismos, y feministas, esa figura marginal, excluida y luchadora que, o la juzgas, excluyes y odias, o la compadeces, exotizas y admiras (un poquito en la lejanía, no te engañes) somos estxs vuestras compis: las personas trans*.
Esta gente que la gente trans* somos – y me incluyo- yo la verdad no sé muy bien de dónde salimos ni por qué somos como somos. Hay muchas teorías. Hay estudios de nuestros cerebros. Tampoco te sabría decir cómo somos. Somos gente. Y llevamos aquí, tanto en la faz de la tierra como en las fauces de la discriminación y de la violencia de género, mucho, mucho tiempo. De hecho, es difícil de imaginar el estar en la faz sin esas fauces.
En cualquiera de ambas opciones que describo, y que a vuestros entendimientos cisnormativos tenemos para manejarnos si aspiramos a tener lugar en esta fiesta, en cualquiera estamos vendidxs. Tenemos que cumplir el guión que nos habéis otorgado. Y lo cumplimos, claro que lo cumplimos, a ratos lo hemos bordado…
Y, en cualquiera de ambas, estamos condenadxs. A ser marginal. Es el sitio que nos ha correspondido. No hay que haber estudiado muchos masters ni doctorados para saber de qué va esto que te estoy contando.
Hubo un momento político e histórico en que, después de duelos, rupturas, juras de amor eternas y revisiones profundas internas, tanto individuales como colectivas, el transfeminismo tuvo un lugar y un nombre que pudiera pronunciarse. Algo que dijera que sí, que estamos, somos, merecemos, el feminismo es también nuestro espacio donde estar, luchar, aprender, crecer, creer, crear, pertenecer, en fin: existir.
La norma y el patriarcado no son tan dóciles, no les gusta perder la partida. Y renacen, resucitan, se renuevan y vuelven a la carga siempre en nuevos discursos, cuerpos y subjetividades.
El transfeminismo era demasiado, fue demasiado, digamos que nos hemos pasado de listxs. ¿Identidades marginales ocupando un lugar digno, deseable, placentero, hasta incluso de estabilidad afectiva, económica y social? ¿Estamos locas?
No gustó, nuestro cachito de la gran tarta nupcial, nuestro rinconcito en la sombra que daba la palmera del éxito.
Si la lxs parasiempremarginadxs® de repente les va bien, y sonríen, bailan, pasean, se realizan, disfrutan entre nosotrxs, o peor, en nuestras narices… ¿Qué mierda de pirámide se nos está quedando?
Y como de la radicalidad que supuso un transfeminismo también se sale, esa que afirmó que el propio género es la violencia, se nos presenta un feminismo correspondiente a estos tiempos de regresión y de reaccionismo a nivel político y social que corren: ponle una pizca de política burguesa de igualdad, una pizca de ilustradas de la diferencia, un mucho de mujerismo y de lo mío más y mejor y de y tú te callas. No entras al baile, o, si yo te lo concedo y entras, no alces ahí dentro tu voz, esa así, tan hormonada que gastas. Vaya, que aquí yo hablo y tú te callas. Y como hables, chst, atentx a las consecuencias.
Percibo un fuerte “por favor, damas, caballeros, vuelvan a su sitio” -ese que a nadie le importa mucho cuál debe de ser, pero del que al parecer no deberíamos habernos movido – “y no hagan ruido al salir”.
He usado toda la ironía y todas las metáforas que he podido. Porque sino, solo me saldría rabia. Y lo que ahora mismo me interesa es que al menos alguien llegue hasta el final de este artículo.
Siento dolor y decepción por cada ataque que leo y que veo, cada aplastamiento, violencia, mensaje y discurso de odio que se difunde, se deja pasar, se queda, se instaura. Y yo sólo veo vuestros empujones, competición, afán de protagonismo, y técnicas patriarcales para procurarse bien guardado y calentito un sitio que nadie pretendió arrebatarte. Veo envidia. Veo una etapa del instituto ciertamente no superada. Y con secuelas graves, y que peores se pueden tornar, como personas adultas que pretendemos ser.
Quiero acabar recogiendo la cita con la que comienzo este escrito. “Hacer del fracaso un proyecto digno” nos regala Halberstam. Os quiero hacer un guiño, personitas feministas que estéis viviendo la situación de la que habla este artículo, de cerca, o metida directa en vuestras carnes.
Os quiero dar mi testimonio, no a modo de ejemplo, sí de fe en la posibilidad. Unirse en comunidad. Buscar y fortalecer de amor el entorno, aquel en que la experiencia trans se diluya con la de quienes no lo son. Procurar que en la red, la felicidad de unx sea una meta tan deseable y tan poco sorprendente como la de cualquiera. Comunicar. Expresar. Expandirse. Que lo que se hace, se dice, se piensa y se siente, se parezca entre sí cada vez más. Tener afecto y sexo satisfactorio. Tanto como el cuerpo desee y alcance. Hacerse las preguntas más prohibidas e incorrectas. Dejar que las respuestas lleguen, que ya vengan solas. Ganar el pan con lo que te llena. Haciéndote cargo de tu lugar. Sin culpa y sin vergüenza. Fracasemos de la norma con mucha luz, dignidad, verdad y compañía. Y acompañemos en ello al resto de brillantes fracasos que encontremos por el camino.
No voy a recurrir a las manoseadas cifras acerca de que nuestra esperanza de vida se calcula considerablemente baja. Es que no hace falta. Todxs sabemos que esta vida es más bien corta, y con eso basta. Sólo sé que en este momento histórico, el aquí y ahora de la gestalt y el no future del punk, nunca estuvieron más de acuerdo entre ellas.
Para finalizar, y para quien sea. Si te enciende, descuadra, molesta, obliga a reaccionar, ver una persona trans (no solo mujer trans, no solo chico trans, no solo nobinarie, CU-AL-QUIERA) siendo feliz, amada, deseada, deseable, triunfadora, capaz, querida, con su tranquilidad resuelta y su paz con el mundo encontrada…
…Piénsalo de nuevo, porque no te gusta que nuestro guión preescrito de vida cambie. Porque eso, cambia el orden de todas las cosas. Te gusta el orden. Y ese orden que te gusta es un macho violento, asesino y patriarcal.